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Se está cayendo el cielo

Se está cayendo el cielo.
Con él, se derrumban las estrellas, atónitas,
agonizantes y deseosas de aferrarse a los páramos del cielo.
La oscuridad acecha como un animal salvaje, intuitivamente, sin escrúpulos.

Ahí, en la Tierra, eres su presa fácil, sabiendo que cualquier árbol es suficiente para detener el vacío,
la necedad de sentirse infinito te hace salir a la superficie, sabiendo que la muerte misma está proclamada.
Que no hay escapatoria.

Y entonces, la lluvia cristalina penetra tus poros con violencia; ella, tan necia e insensata,
se incrusta en tu cuerpo, congelándolo a raíz, mitigando el dolor y la soledad.
El tiempo se detiene y el agua asciende desde tus pies, lastimándote, atrapándote.

¿Acaso hay alguna otra salida?
La noche agoniza poco a poco, amenazando con la frialdad envolvente, deteniendo el tiempo,
mientras el precipicio a tu alrededor se quebranta, llevándote consigo, al final de los tiempos.

Se está cayendo el cielo, y tú con él.
La lluvia te asfixia, te corta la garganta diez, quince, veinte veces.
No hay escapatoria. Y ya no hay dolor.

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