Mis textos

Anécdota de un corazón roto

Hoy me dieron ganas de escribir sobre el amor.

No lo sé, tal vez se deba a la peligrosidad de estar despierta a tan altas horas de la noche. Las peores cosas ocurren cuando un corazón está roto, cuando extrañas, cuando sientes curiosidad. Lo más doloroso ocurre cuando estás enamorado de alguien, porque no hay sentimiento más egoísta que el amor. ¡Qué deseos de estar todo el tiempo con una sola persona, sin siquiera preguntarle si siente lo mismo por ti! ¿No es un acto aberrante el hecho de añorar su esencia día con día, extrañar sus ojos, su sonrisa, los latidos de su corazón? ¿No habrás pensado una vez por lo menos, que esa persona no quiere verte jamás, que le hace bien tu ausencia, la falta de tu propia esencia en su alma?

Duele reconocerlo, ¿cierto? Justo ahora puedo escuchar cómo se estruja tu corazón, como si arrugaras una bolsa de frituras con las manos. Sí, así es como se siente, como se vive. Así es la vida cuando tienes el corazón roto.

La tormenta te acecha y no hay manera de escapar, porque ese es el precio que debes pagar por haber cometido el error de enamorarte. ¡Corazón necio, insensato! ¿Pues qué no te diste cuenta de los problemas que te traería? ¿Por qué la insistencia de arriesgarte en un juego donde sabías que de todos modos ibas a perder? ¿Cómo fue que surgió la esperanza de ganar, cuando el futuro era más que evidente? ¿Cómo tu ego se hizo trizas en un segundo, justo cuando suspiraste en el momento equivocado por la persona equivocada? ¡Tonto, insistente, te negaste a mantener los ojos abiertos! Entregaste lo más preciado que tenías sin preguntar al remitente si quería recibirlo. Y ahora, debes pagar las consecuencias.

Estás pensando en esa persona ahora, ¿verdad? El corazón te late más lento, y te duele cada rincón de tu cuerpo conforme pasa el tiempo. Es como si, en vez de sanar, te enfermaras más. Aquel que dijo que el tiempo cura cualquier herida, te mintió sin piedad. No es cierto. El tiempo te enferma, te hiere, te deja agonizante sin tener la bondad de matarte.

Y tú, alma egoísta, esperas la llegada de la luna para poder extrañarle. ¡Menudo dramatismo que le ponen al amor! Como si no fuera suficiente cada latido, cada segundo que vives sin poder acariciar su rostro, ¡ese rostro!. Como si no bastaran los recuerdos, las canciones, las caricias, las noches donde el fuego predominaba, inmortalizando a dos diminutos seres, que, al abusar de su propio ardor, morirían quemados de inmediato.

Esa es la parte del amor de la que no te hablan en los libros, en las películas. En la vida. Es la realidad, porque no existen los finales felices, porque es una mentira el hecho de conocer al amor de tu vida y asegurar que serás correspondido. Porque nadie te dijo que el amar a alguien, no te garantiza permanecer a su lado siempre.

Al final del día lo piensas, y en el fondo lo sabes. ¡Piensa en ti por lo menos un segundo! Deja de buscar, deja de llamar, de escribir. Deja de mirar sus fotografías, de aferrarte a los recuerdos y a su perfume. Se marchó y no va a volver. No hay vuelta atrás.

No insistas, no ruegues. No te enamores más. Después de la tormenta, viene la calma. Pero, ¿cuánto tiempo va a durar esta tormenta?

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