Música

La importancia de ser fan

Es más sano de lo que crees. Pero hay límites.

La música sonaba tan fuerte, que la única manera de poder mantener una conversación era gritando. Di un sorbo a mi tarro de cerveza y me acerqué a ella para preguntarle lo que siempre hago cuando quiero iniciar una conversación:

—¿Y a ti qué música te gusta? ¿Eres fan de algún grupo o cantante, algo así como para emocionarte y decir: «¡No mames, van a venir a México, tengo que ir a sus conciertos!»?

Me contempló como si le hubiera hablado en japonés.

—Pues… —hizo una mueca—, la verdad no. Me gusta toda la música.

—¿Pero ni un artista, o un género por lo menos?

—No.

Después de eso, decidí no hablar más del tema.

El fanatismo hacia ciertos grupos musicales es algo que me ha acompañado en toda mi vida. Crecí con música de todo tipo de género aunque claro, desde muy pequeña supe cuáles me gustan y cuáles no, y no está mal. Muchas veces vinculan el fanatismo con algo realmente descabellado y al menos en mi caso siento que no es así. Pasé mi adolescencia en conciertos (que no sé de dónde sacaba dinero, jajaja), firmas de autógrafos y convivencias con músicos. Experiencias que puedo contar con una sonora carcajada porque siento que no son muy comunes, como la vez que los de Enjambre nos tomaron fotos a una amiga y a mí porque nuestros pantalones eran de los mismos colores que la pared y querían ver si podía camuflajearse, o cuando encontré a Meme de Café Tacvba en una presentación de Furland, o cuando ChíoSan de Austin TV se burló mi apodo de aquel entonces y no dejaba de repetirlo…

¿Qué pasa cuando eres fan de alguna banda o solista y de repente tienes la oportunidad de ir a su concierto? Está más que comprobado que la música en vivo nos cambia el humor de un modo radical, ¡la música significa felicidad! Y te hace sentir tantas cosas, como la euforia de entrar a un slam (paz y baile, hermanos), o la melancolía de alguna balada, o cantar a todo pulmón esa letra que tanto te sabes, brincar, aplaudir, compartir con gente que no conoces momentos tan auténticos y que, omitiendo la tormenta de fotos y videos, dejan recuerdos muy gratos, mismos que, por más que se quiera, no se almacenan en dispositivos.

Muchos ya lo saben, pero hoy liberaron el cartel del Corona Capital, un festival que se realiza en México desde hace 8 años (contando este) y a mi parecer es el segundo más estable en el país, después del Vive Latino. En este cartel apareció el nombre de un grupo que está prácticamente en la cima de mi top 5: Friendly Fires. Lamentablemente no son taaaan conocidos como me gustaría, digamos que al menos no llenarían el Palacio de los Deportes. Se trata de un trío de ingleses que hacen una fusión entre el dance punk y electrónica, principalmente en los remixes que suelen hacer. Por ende, tampoco es factible que vengan a tocar aquí seguido como me encantaría y es por eso la euforia de esta entrada.

Meet & Greet con Siddhartha, 2016.

Ver en vivo a mis bandas favoritas es uno de los mejores placeres que he tenido en mi vida. Cuando vi a Patrick Watson, un canadiense que hace un folk maravilloso con otros sonidos y cuya voz es bellísima, fue una manera de encontrarme conmigo misma. Sentí la conexión con mi ser, mi mente, mi corazón, todo en su mood más cursi posible. Tanto él como Friendly Fires, son mis principales musas, los culpables de mis mejores textos y son sonidos que me acompañan prácticamente diario.

¿Y qué es lo qué pasa cuando ves a tu grupo favorito en vivo? Todos tus sentidos se conectan en uno solo. Se te eriza la piel y es tanta la emoción que te dan ganas de vomitar. Percibes la vida tan plena como es posible y en ese instante, así como en el amor, dejas de tenerle a la muerte. Es como pausar el reloj y detenerlo mientras los latidos de tu corazón se aceleran al escuchar esa canción, tu favorita. Es indescriptible.

Justice, Vive Latino 2017.

Probablemente ya lo sentiste. Y si no, pon atención. Ser fanático de algún grupo es de lo más sano, te permite emocionarte por los pequeños detalles. Y lo vale.

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