Mis textos

El paradigma de la vida

Constantemente tengo la impresión de que la felicidad es un don cada vez más carente en las personas. No lo sé, al menos eso es lo que dicen sus expresiones. Los miro con atención una y otra vez, preguntándome lo que estarán pensando en ese momento. Tienen una mirada ausente, que deja más que claro que sus cuerpos están ahí, luchando por mantener una rutina; pero ellos no están. Como yo. Mi cuerpo obedece todas las órdenes que emite mi cerebro, pero la otra mitad de mi cerebro tiene el don de viajar cada vez más lejos, mientras me recreo de recuerdos, historias, conversaciones que le dan un toque humorístico a mi día. Todos los días, por muy malos que se perciban, deben tener algo bueno.

Pero a veces es tan difícil verlo así…

El paradigma de la vida es aquel que nos planteamos cuando buscamos lo más cercano a la felicidad absoluta: siempre he sido creyente de que la perfección no existe, al igual que la felicidad perfecta, que básicamente es lo mismo. ¿Qué pasaría, si a ti, mortal, te hace feliz algo que lastima a alguien más? Se supone que la felicidad perfecta no debería lastimar a nadie. Es muy triste encontrarse con demasiadas miradas perdidas, sin un atisbo de luz, como si no hubiera nada. La humanidad está en peligro de extinción y cuando se vaya, ya no habrá regreso.

¿Por qué el hombre tiene el afán de sacrificar aquello que le hace feliz por mera necesidad, sobre todo financiera? ¿Por qué no poner ese empeño a lo que más se desea? ¿Por qué tienes que ir a trabajar a un lugar al que no te gusta, cuando en el fondo conoces tu habilidad en algo espectacular? ¿Por qué no explotarlo y lograr vivir de eso? ¿Será que está mal soñar demasiado, ver metas que probablemente van más allá de la realidad? ¿Por qué tú, si te apasiona un instrumento musical, no dedicas tu tiempo en eso? ¿Por qué no publicas ya ese libro que tienes guardado? ¿Por qué no puedes ponerte esos tenis que tanto te gustan? ¿Por qué suele ganar la costumbre por reprimirse y no por hacer lo que más se desea? ¿Por qué no sales corriendo con esa euforia que te tragas a diario y buscas a esa persona, gritando bajo su ventana todo lo que te hace sentir? ¿Por qué preferimos vivir rotos?

Duele ver tantos deseos reprimidos; duele la estupidez humana, que algo tan banal como el orgullo supere la fuerza que provoca el amor, la hermandad, ¡el mismo perdón! Duele que la rutina no va a cambiar a menos que uno quiera. Pero duele mucho más que uno no quiera modificarlo.

Y en eso consiste el paradigma de la vida. En intentar cambiarlo, porque al final de todo, ¿qué es lo peor que puede pasar?

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