Mis textos

Cómo te extraño

El tiempo se detiene cada mañana, al despertar. Otro día más.

Maldigo por lo bajo: otra vez amanezco con dolor en las articulaciones. Debe ser porque, por tercer día consecutivo, olvido intencionalmente tomar el medicamento. No tiene sentido hacerlo. Soy viejo y cada segundo que transcurre es crucial. La muerte me acecha y no me da miedo recibir su visita. Me da miedo el tiempo que le está tomando encontrarme.

Hace un poco más de frío, lo cual me extraña, estando en pleno verano. La vieja pijama de franela me tapa cada vez menos. Estoy seguro de que atraparé un catarro como los que hace mucho no me dan. El problema es que hace mucho a mí no me da nada.

Me toma mucho tiempo orinar y me duele el hacerlo y aún así, creo que me toma menos tiempo que dar un paso sobre otro, todo por culpa de los calambres que parecieran no tener piedad. Solo ansío el momento en el que dejen de sentirse. Con un poco de esfuerzo, logro encender la estufa y calentar un poco de agua para hacerme un café bien cargado. El doctor también me lo prohibió, pero, ¿quién chingados se cree ese para darme órdenes?

Señor Jiménez, me dice intentando convencerme de que me queda mucho tiempo de vida, es importante que no abandone el tratamiento esta vez. Una recaída puede ser fatal, y también debe dejar la cafeína y el tabaco.

Viejo pendejo, pienso mientras le digo que sí con la cabeza. Eso debió pensar antes de estudiar medicina y enfocarse en ancianos tercos, como yo. Y de todos modos, nunca le hago caso al doctor y me sirvo mi café bien cargado, rematando con una mantecada sabor naranja. Eso he desayunado durante 68 años. ¿Por qué he de cambiar eso solo porque un pendejo me lo ordena?

Enciendo la radio y en la única estación decente, totalmente lejos de sus gritos y bailes modernos, ponen canciones que todavía vale la pena oír. Es una pena que cada letra me recuerda a ella.

Cómo te extraño, empiezo a cantar.

Hundo la nuca en el respaldo del viejo sillón de terciopelo, porque al fin y al cabo, viejo con viejo siempre se llevan bien. Las teclas que suenan en el aparato, parecen algo distorsionadas, lo cual le da el encanto a la canción. Cada palabra entra en mi gastado corazón, como las espinas que entraron en mis pies cuando, en nuestra luna de miel, corrimos sobre un campo repleto de nopales, haciendo que en lugar de la cama, pasáramos esas dos semanas en el dispensario del pueblo.

El recuerdo está ahí, frente a mis ojos aún teniéndolos cerrados. Puedo jurar sentir las espinas filosas en las plantas de los pies.

Cómo te extraño, vuelvo a cantar.

La vieja Eleonora se adelantó hace treinta años, mismos que llevo guardándole luto. Mis hijos dejaron de insistir que no me vistiera de negro. Lo dijeron por última vez antes de irse a emprender su propio camino.

Y de modo que solo nos acompañamos el radio, el sillón de terciopelo con olor a tabaco y yo. Me quedo sentado esperando a que ella llegue por mí. Porque la extraño tanto, que me duele vivir. Es como si la mitad de mí se hubiera muerto cuando ella cerró los ojos, justo después de apretarse el pecho como si quisiera sacarse el corazón.

 

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