Mis textos

Desear que ocurra algo maravilloso puede traer consecuencias… maravillosas.

Para ser un lunes, la desesperanza se respiraba a mi alrededor.

En efecto, me sorprendía mucho sentirme así en lunes, porque usualmente me gusta ese día. Es agradable pensar que los lunes son el día perfecto para comenzar retos o nuevos hábitos, para intentar mejorar, y si no se consigue, entonces llegará el siguiente lunes donde se podrá empezar de nuevo.

Y el que sigue, y el que sigue.

Solo que ese lunes en particular, algo no andaba bien.

Y no, no había problemas en específico. Recuerdo haberme sentido estancada por un momento, con un nudo en la garganta que me impedía siquiera desayunar. Cansada, enojada y con mucho trabajo. Era uno de esos días en los que hubiera deseado no levantarme de mi cama.

Pensé en un mar de posibilidades: no entrar a la oficina y tomarme el día, así, sin planearlo, algo que he querido hacer desde hace mucho. O quizá sí podía tener un poco de pudor y reportarme como enferma aunque estuviera mintiendo. O tal vez podía entrar solo medio día y retirarme por alguna supuesta emergencia, o simplemente desaparecerme del mundo: No celular, no Facebook ni WhatsApp, nada. No supe si fue mi sentido de responsabilidad o la presión, pero tuve que desechar todas esas opciones. 

Esa mañana puse atención a los rostros de las personas que me acompañaban en el metro, aquellos que me encontré en el largo camino a mi trabajo. Había veces donde encontraba expresiones de aburrimiento, otras donde veía enojo, pero ese día no vi nada. Solo un vacío, como si cada uno de esos desconocidos compartiera esa misma tristeza, como si todos quisieran desaparecer de la faz de la Tierra.

Supongo que aquello fue la gota que derramó el vaso, porque solo pude implorar una sola cosa.

Por favor, necesito que hoy me suceda algo maravilloso.

Pero, ¿a quién se lo imploraste, Eve? ¿A Dios, al Universo? ¿O a la vida misma? ¡Cómo saberlo! Yo solo deseé que ocurriera algo mágico porque me negaba rotundamente a que mi vida —o el día, por lo menos— se limitara a ir en línea recta. La vida tiene que ser algo más que trabajar en una oficina de 9 a 6 de lunes a viernes.

Tiene que haber algo más, algo que nos haga sentir una pasión descomunal sin ser algo meramente sexual, algo que nos erice el vello de los brazos y provoque un escalofrío en la nuca, algo que, durara lo que durara, nos hiciera sentir que de una forma u otra, todo estaría bien.

Algo que durante su breve eternidad nos haga enfrentar nuestro peor miedo, minimizarlo.

Algo que nos vuelva invencibles.

Pensé en todo eso mientras comenzaba con la rutina antes del trabajo: beber un café, sentarme frente a la computadora, encenderla e iniciar sesión en las herramientas de trabajo.

Entonces, algo pasó.

Para poder acceder a mi trabajo de aquel entonces, tenía que entrar a mi Facebook personal y hasta la fecha me sigue resultando curioso que, de todas las páginas que seguía, tenía que salir en primer lugar un post muy peculiar de una disquera independiente que acababa de lanzar a la venta una liga para comprar boletos para un show sorpresa de Patrick Watson.

Patrick Watson, mi músico favorito.

Espera, ¿qué?

Mi primera reacción, fue reírme. El post decía que Patrick se presentaría en la Ciudad de México, bastante pequeño en realidad.

Eso no puede ser, me dije. No creo que la disquera o el bar gastaran tanto para traerlo solo a un bar. Además, ya se sabía que daría un concierto en el difunto Plaza Condesa en enero del 2020.

Cartel oficial del último concierto de Patrick Watson en México.

Algo tenía que estar mal.

Y fue ahí cuando puse atención a aquella voz que en el fondo me decía que me arriesgara a comprar mi entrada, así se tratara de un tributo o algo así. Y si hay algo que he aprendido en todos estos años es confiar mi intuición.

Y después de teclear mis datos, listo. Boleto asegurado.

Y ahora, a esperar un milagro… el cual ocurrió tres horas después.

¿Te cae que Patrick Watson está en el Parque España?

¡J-O-D-E-R!

Entonces era verdad.

Esa misma noche, vería en vivo a mi músico favorito y era una de las 100 personas —o creo que fueron menos, no lo recuerdo bien—, que estarían presentes en ese pequeño bar para escuchar algo mágico, algo maravilloso.

No podía creerlo.

Y durante todo el día no dejé de pensar en que no podía ser posible que eso fuera una coincidencia. Por alguna razón, siempre me ha gusto creer que la vida es más que una serie de eventos que coinciden. Insisto, no podemos ir en línea recta. ¿Cómo era posible que justo el día en el que despertara con un ánimo que descendía cada vez más, coincidiera con un evento que en el fondo esperaba desde hace años?

De modo que no tuve opción más que esperar la llegada de la noche.

El bar se encontraba en el primer piso y estaba oculto, a decir verdad. Tal y como su nombre lo indica, tenía la estructura de un departamento: El escenario era la réplica de una especie de sala aunque sin sillones: estantes, plantas, ventanas con persianas, un piano y muy poca iluminación. Una habitación que había sido convertida en piano y un ambiente bohemio que de inmediato me hizo sentir que mi emoción de la mañana no tenía sentido, porque las cosas maravillosas que más deseamos, pueden ocurrir.

Solo que no pensé que me sucedería a mí algún día.

Aquellos que mejor me conocen, saben el amor infinito que tengo por la música de Patrick. Descubrirlo fue uno de los mejores accidentes que he tenido en mi vida: buscando una película romántica, me topé con What If, donde tres de sus canciones forman parte del soundtrack. Y el resto, es historia.

Si tú que estás leyéndome eres fan de algo o alguien de un modo que logras conectarte contigo mismx cada que lo ves o lo escuchas, seguro puedes entenderme muy bien.

Porque cada que escucho su música —en vivo o no—, eso es lo que logro.

Y es la sensación más agradable que he sentido conmigo misma. No puedo concebir nada mejor. Aún.

Solo que el mismo Patrick Watson estuviera conviviendo con todos los asistentes, bebiendo y fumando y pude darme cuenta de eso cuando literal se detuvo junto a mí.

Y me sonrió.

¿Cómo era posible que incluso a esa hora todavía no lo creyera?

Y mucho menos podía creer lo que estaba viendo, lo que estaba escuchando. Sentados en el suelo y en silencio total, escuchamos canciones nuevas —que en ese entonces no lo sabía—, improvisaciones y lo mejor: Je te laisserai des mots, una de sus canciones más mágicas y más maravillosas… y de las que rara vez tocaba en vivo.

¡¿En qué vida creí que escucharía eso en vivo alguna vez?!

Entonces no pude evitar llorar. De felicidad, de tranquilidad.

No podía creer que yo pudiera alcanzar ese nivel de paz conmigo misma y pensé en las emociones que me dije en la mañana: ese cosquilleo en la nuca, el vello erizado de los brazos y esa falta de miedo o de preocupación por cualquier cosa.

Solo podía sentirme a mí y nada más.

Y ahí comprendí que la perfección sí existía. Que los sueños, por pequeños que fueran, podían hacerse realidad.

De acuerdo, a simple vista podría parecer cualquier cosa. Yo viendo en vivo a mi músico favorito sin haberlo planeado, una fan más.

Pero también me rehusaba a aceptar que eso era un fanatismo más, estaba totalmente segura que había algo en esas notas y en esas letras que hacían que todo fuera especial. Simplemente, no era normal.

Y nunca lo será.

Y esa noche escuché cosas que quizá no volverían a sonar. Conviví con él y fue de lo más amable y divertido.

Viví la mejor noche que he tenido en mi vida, porque además de disfrutar canciones que amo con todo mi corazón, me disfruté a mí misma. No es que solo ocurriera esa vez, es solo que creo que esa música en vivo le dio un toque más especial. 

Fue mucho más bonito y por eso lo escribí.

Es de esas cosas que no quiero olvidar jamás.

Yo salgo al final, ahí en el público jsjsjs.

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