Literatura

La Ciudad

Bueno, aquí estoy, a punto de hacer algo que todo el mundo dice que debe hacerse por lo menos una vez. Hola, soy Eve. Estoy cumpliendo 31 años y estoy completamente sola en una ciudad desconocida, donde nadie habla español y claro, todo es blanco.

Preludio: Above The Clouds Of Pompeii – Bear’s Den

Fue en Navidad cuando supe que era un hecho. Es divertido cómo algo tan básico para algunos, es un gran logro para otros. Y yo era de los segundos. No había absolutamente nadie en mi casa (no es queja), y estaba frente a la computadora dando el primer paso a lo que sería mi próximo cumpleaños.

En Toronto.

Grité, grité mucho. Y tuve muchas ganas de contárselo a la persona más importante para mí en ese momento. Y lo hice. Se lo conté y me hace sentir bien pensar que se alegró por mí. Cielos, eso espero.

Y después de tener la idea en mi cabeza, luego convertirse en objetivo, y después en una búsqueda desquiciante por tips de ahorro, consejos para viajeros, se logró. Digamos que tenía un pie en la nieve.

Si es que la alcanzaba.

Never Let Me Down Again – Depeche Mode

Dos meses antes de Toronto (cuando tuve clarísimo que no todo iba a salir de maravilla como creí), me llegó la euforia de The Last Of Us y claro, Never Let Me Down Again formaba parte del soundtrack de la serie y me temo que también de mi vida en ese momento.

Hum. Incómodo, la verdad.

Ahora que lo pienso, ese periodo es como una mancha borrosa. Como cuando intentas borrar con una goma sucia y de alguna manera, la mancha se hace más y más grande. No te impide escribir, pero estorba un poco. Digamos que así fue el pre.

If I Ever Feel Better – Phoenix

El camino sobre el Periférico del Pedregal hasta la Fuente de Petróleos cambió de perspectiva. Dejé de tararear I Found en mi cabeza y entonces mi amiga Rebe puso una canción que comenzaba a encajar en mí. La sentí como un curita para el corazón, como un abrazo. Un abrazo muy cálido del que estoy segura, todavía no me desprendo bien.

Big Bird in a Small Cage – Patrick Watson

Todo aquel que me conoce, sabe lo indispensable que es Patrick Watson en mi vida. No por nada, me tatué al pájaro grande en una jaula pequeña. El pre (el agradable) se sintió como esa canción. A pesar de todo, no dejaba de preguntarme el “¿Y si…?”, como si existiera un modo de conocer la respuesta que necesitaba en ese momento.

Una vez, mi amiga Nadia me dijo algo sobre su viaje a Europa: No se siente (la emoción) hasta que llega el momento. Me pasó lo mismo. No la sentí hasta que vi mi maleta preparada y me encontraba pidieron un Uber para el aeropuerto. Me reprendí muchas veces, pero no pude evitar dejar de preguntarme: “¿Qué hubiera pasado si…?”

Back To You – PREP

Primera Parada: Cancún. 

Como siempre, cayendo en polos opuestos. Llegué poco antes de las diez de la mañana y fue adentrarse en un mood diferente.

Es un paraíso exótico incluso sin alejarse demasiado del aeropuerto. Hay turistas en todas partes (Santa Madre, ¿cómo pueden ser tan guapos?) y se siente la humedad penetrando tus poros. Un calor delicioso, todo lo contrario al Sol bruto de la CDMX. Decidí ir a un Hilton que está enfrente, con la esperanza de encontrar algo de comer que no fuera un Starbucks, asientos decentes y una buena conexión WiFi.

El lobby del hotel era una réplica de un escenario tropical digno de un destino sobrevalorado por el turismo internacional. Paredes de piedra, muebles de madera, mimbre y tantas plantas que parecía tan irreal. Y entonces noté que de fondo se escuchaba Back To You, la canción perfecta para un escenario tan cálido. Casi pude creerme que tenía la libertad para no tomarme ninguna preocupación, dado que durante el pre, además de perder una ilusión, también había perdido mi empleo. Supongo que estando en el lugar, es más fácil mandar al demonio todo, porque creo que realmente pude darme ese lujo. Hoy en día, la tranquilidad está ambicionada y es una de las más grandes aspiraciones. Todos queremos paz, pero no existe la serenidad para conseguirla.

Kilómetros – Sin Bandera

De acuerdo, admito que no lo sé. La sala de abordaje era un hervidero de discusiones porque la aerolínea tenía muchas demoras en sus vuelos, incluido el mío. El enojo y el pánico comenzaban a apoderarse de mí, ¿y qué es lo que se hace en estos casos? Escuchar la primera canción con un leve atisbo de tranquilidad que se te viene a la cabeza. Y claro, tenía que ser Kilómetros. El drama perfecto para viajar y cuando lo haces con el corazón roto. Conforme pasaron las horas, la sala comenzaba a vaciarse y algunos vuelos fueron liberados, hasta que llegó el momento de subir al mío. Me invadió un sentimiento de tristeza y por enésima vez en el día, sentí nostalgia. La noche y la nostalgia son una pésima combinación. Te hacen pensar cosas que no deberías, sentir emociones que sería mejor olvidar y en casos muy extremos, tomar decisiones de las que en el fondo sabes que te arrepentirás al amanecer.

Ahora, imagínate sentir eso sin hacer nada realmente. Fue algo parecido a gritar con la boca sellada. Como anhelar algo que ya no puedes tener.

The Trip – Still Corners

Desde que escuché esta canción por primera vez, supe que era una que tenía que estar presente. Volando sobre Estados Unidos no se podía dormir y para mi mala suerte, me tocó el asiento del pasillo. The Trip se siente exactamente igual a la portada de aquel álbum. Cósmica, como si tuviera vida propia. Te hace querer cerrar los ojos, suspirar y viajar sin moverte siquiera.

La noche se volvía más fría conforme nos acercábamos al norte y después de muchos pensamientos e interludios de sueño, se empezó a ver una ciudad forrada de blanco y oscuridad. Toronto seducía incluso en las alturas, como si quisiera atraparte para no soltarte. Y para nada es malo.

Gira Trágica y Amistosa Pt. 2 – Sussie 4

Los aterrizajes siempre deben ser positivos. Cuentan como un logro y requieren menos drama que el abordaje y despegue. El reloj de mi teléfono (que se ajustó en automático), marcaba las 3 de la mañana y hacía un frío endemoniado que, aunque no lo admitiría en voz alta, me hizo extrañar un poco el Sol de Cancún. Pero por primera vez en mi vida estaba haciendo un viaje sola a una ciudad que tenía muchas ganas de conocer y claro, por primera vez estaba viendo la nieve sin verla en televisión o películas. Yo sé que quizá te estás riendo, pero es la verdad. Y la nieve me parecía tan suave… reprimir el deseo de aventarme a hacer angelitos fue una de las cosas más difíciles que he hecho.

La mañana en Toronto era tan azul que me aturdía los ojos después de un día de viaje. Había sol y el aire era frío. Mi clima favorito. ¿Puedes entender el nivel de satisfacción? 

Resulta que mi alojamiento estaba (muy) al norte, prácticamente en el límite con Markham. Como ir de Tlalpan a Indios Verdes. Lamentablemente no me informé como debía y me vi obligada a tomar un taxi para llegar a dormir (¡me urgía una cama calientita!). 60 MALDITOS DÓLARES. WTF! Un consejo que aprendí después es no pensar en tu moneda nacional, eso hace más caro todo. Imagínate si el dólar canadiense estaba a 14 pesos mexicanos… me explotó la cabeza.

Pero como dice la canción, llegué de muy buen humor.

Oncle Jazz – Men I Trust

La noche anterior, soñé con este momento. Como una premonición. Me vi a mí misma caminando en una ciudad pintada de blanco mientras padecía un frío brutal. Digamos que la realidad fue más o menos así. Qué lento transcurre el tiempo cuando añoramos hacer algo. Un minuto se siente como una hora y la agonía es casi palpable, pero al mismo tiempo, nos permite disfrutar de ella porque eso también forma parte de la emoción.

Estaba lista: tenía guardado el mapa de la ciudad con todos los puntos que visitaría, la mayoría obtenidos de mi película favorita, What If

La primera actividad del itinerario era ir a Flow, en Queen West. Se trataba de un estudio de tatuajes que descubrí en Instagram porque claro, qué mejor que llevarse un recuerdo permanente, y yo quería eso. Algo que, al mirarlo me hiciera sentir en esta ciudad tan abrumadora. Que me provocara las ganas de querer regresar y no irme.

Para mi (¿buena o mala?) suerte, el primer día que saldría del vecindario, fue uno de los más fríos. -8º bajo cero, eso decía el clima de mi teléfono, y lo creía. Me dolían las piernas, me dolían los dedos de los pies (primer error, usar Vans con nieve) y sentía mis mejillas cortarse en pedacitos, y la cita con la tatuadora que encontré era a las diez de la mañana. De repente, me sentí un poco tonta por quejarme del frío en México porque, cuando hace frío, se siente como una caricia.

Pero en Canadá, el frío era como un puñetazo en la nariz sin previo aviso.

El estudio se encuentra en la esquina de un barrio donde abundan los sitios para comer, tiendas para ropa y otros lugares que quizá eran muy simples pero a mí me encantó conocer simplemente por encontrarse ahí. Kait, la artista que me tatuaría un pequeño (en la madre, ¡y carísimo!) flash de un sol y una luna, era la única persona en el estudio, el cual abarcaba gran parte del segundo piso.

Kait resultó ser una chica muy agradable. Me contó sobre sus inicios, sobre su odio por el clima y le encantó saber de dónde venía y las ganas que tenía de estar en una playa mexicana. Tiene una mano muy fina, porque casi no sentí cuando me tatuó en el hombro, y la sesión no duró ni 40 minutos. Una verdadera maravilla.

Daddy Issues – The Neighborhood

Resulta que Graffiti Alley estaba bastante cerca de Flow. No fue lo que esperaba. Claro, de no ser por la nieve, las paredes lucirían espectaculares, menos solas y con suelos no tan resbaladizos que amenazaban con tumbarme en cualquier momento, así que comencé a ir a uno de los puntos que tenía guardados para visitar.

Me daba la sensación de ir sin rumbo fijo aunque yo sabía que eso no era real. Después de entender la importancia de usar lentes de sol en una nevada (tenía que ir caminando con la cabeza hacia el suelo), pude ver la imponente silueta de la Torre CN. Si pudiera describir la primera impresión de ver la forma de la torre, podría decir que fue un poco… macabro, no sin dejar de ser inspirador. Apenas podía distinguirse por lo grisáceo del panorama, pero entonces supe que aquel no sería el día en el que conocería a Toronto por arriba.

Se me hizo fácil caminar hasta The Royal Cinema, ubicado un poco más al norte, en un barrio italiano.

Maldición, al final no fue tan fácil. Me refugié en dos ocasiones para entrar un poco en calor, me compré tres cafés y la caminata fue tan pesada, que a mitad de la ruta tuve que tomar el Streetcar y cómo no, no revisé la línea y terminó dejándome bastante lejos, de modo que no sirvió de nada. Pero… tenía que hacerlo, ¿sabes? The Royal es un lugar clásico y uno de los que formaban parte de la lista de lugares que aparecen en mi película favorita, What If.

Y ante mis ojos parecía tan único… conservando su fachada de cine antiguo, aunque claro, no estaban proyectando The Princess Bride y Wallace y Chantry no estaban ahí, fingiendo no haberse visto. Entonces me di cuenta que me ardían los ojos y no necesariamente por los copitos de nieve enterrándose en los ojos.

Smile – Jungle

Mi cumpleaños siempre ha sido… raro. No lo sé. No puedo evitar sentirme extraña, pero no en un mal sentido. Se siente muy bien que mis familiares, amigos y conocidos recuerden mi cumpleaños y no porque no lo hagan. Más bien me gusta mucho sentirlo y desde luego, disfrutar de la calidez.

Además, este era un cumpleaños diferente, porque estaba sola, muy lejos de casa, en una ciudad pintada de blanco y con muchas ganas de hacer muchas cosas y de verlo todo también. Y luego vino la nostalgia. 

No pude evitarlo, es normal. Me pregunté de nuevo el “¿Y si…?”, y me dieron ganas de compartir un momento con alguien especial. En tres meses del año, me di cuenta que extrañar era casi natural en mí.

Casi improvisando, salí de la casa donde me alojaba y tomé el bus a Finch. Tenía muchas ganas de ir a Dundas Square, pero antes improvisé para tachar otro de mis imperdibles de la lista. Toronto Reference Library tenía todo para querer quedarse leyendo todo el día. La librería es perfecta. 4 niveles repletos de estantes perfectamente clasificados, una conexión WiFi muy decente y ascensor de cristal que permitía fotografiar el lugar. Me recordó un poco a El Ateneo Grand Splendid, en Buenos Aires. Todo mundo iba por fotos.

Me quedé un par de horas para entrar en calor, pero luego me vi obligada a salir de la zona de confort para poder ir al objetivo.

Bastaba por caminar sobre Yonge St y la larguísima calle te guiaba sola hasta cualquier lugar de toda la zona centro. Después de meterme a un IKEA (para volver a refugiarme del frío), por fin pude llegar a Dundas Square.

Y Dundas es…

Una trampa de anuncios, luces, turismo y un centenar de gente caminando por todos lados. Varias de las calles olían a mota (de la que huele a pastito mojado) y frente estaba El centro comercial. Toronto Eaton Centre era imponente, una trampa más con un puente de cristal en su mayoría que conectaba la plaza con el Hudson’s Bay.

Y yo todavía no lo podía creer.

The Toronto Sign estaba convertido en una pista de hielo pública y la cantidad de gente era demasiada, así que lo único que podía hacer era sentarme a mirar. Una pareja de novios (no entendí como la novía podía soportar el clima vistiendo únicamente el vestido que lucía bastante frágil) y el ambiente me parecía muy ameno. Entonces ahí comencé a extrañar, porque en los cumpleaños (y en Navidad, y en Año Nuevo), es normal extrañar. Es normal sentir ese hueco de nostalgia en el que, muy en el fondo, te gustaría que las circunstancias fueran diferentes. Me dieron muchas ganas que mi antiguo plan saliera bien y de ese modo, no estaría sola en el corazón de una ciudad fría, maravillosa y desconocida. 

Pero si algo he aprendido es que no siempre se gana y eso es lo que implica ser adulto. Tienes que seguir adelante, continuar, porque la Tierra no deja de avanzar, porque todos los atardeceres llegan a la misma hora, porque la Luna seguirá igual.

Porque en realidad, nada cambia. Y en mi caso, estaba cambiando sólo la edad. Oficialmente cumplía 31 años.

Calm Down – Rema

Es un poco irónico escuchar Calm Down en una ciudad pintada de blanco y con clima bajo cero. Quiero decir, ¿alguna vez has sentido que alguna canción combina más con otro lugar? Yo me imaginaba escuchando esta canción en algún barrio tropical en Lisboa, o en Cuba. No lo sé, me daba esa impresión.

Pero era Calm Down la canción que tarareaba incluso antes de notarlo cuando caminé de la Plaza Nathan Phillips a Gooderham. Supe que era mi edificio favorito incluso cuando descargué una fotografía en Pexels para ponerla como fondo en la computadora. Se ubica en una diagonal, siendo la fachada el principal atractivo de aquel lugar. De alguna manera, me recordaba a la Casa de las Brujas, ese edificio de la colonia Roma.

Bueno, Gooderham es más o menos lo mismo, o al menos así lo vi yo. Era el claro ejemplo de lo posible que era que un edificio relativamente pequeño ubicado en medio de tantos rascacielos sobresaliera. Me dieron ganas de quedarme ahí por mucho tiempo.

En el sótano, hay un bar de temática inglesa, una especie de taberna antigua.

Bastó una hamburguesa con papas y una cerveza local (un chico colombiano que trabajaba ahí me explicó que no había mucha variedad en cerveza canadiense) para celebrar a solas. Ese fue mi pastel de cumpleaños.

Al Fuego – Hello Seahorse!

Desde que escuché esta canción por primera vez (en la turbia época del 2012), supe que me acompañaría en un escenario blanco. Recuerdo que yo me imaginaba recorriendo Noruega o quizá Islandia. Qué grato fue hacer algo parecido, pero en otro lugar.

Aquel día estaba por conocer Casa Loma, el único castillo ubicado en Toronto (según lo que encontré). Probablemente yo también me pasé un poco al hacerme rutas más largas, ¿pero ese no es el chiste de estar en otro país? Desde mi punto de vista, sería absurdo recorrer una ciudad diferente en taxi, cuando puedes usar el metro, conocer estaciones nuevas, caminar. Todo el transporte de Toronto me pareció muy agradable, además porque, a pesar de tener pocas líneas del metro (sólo 4), cada estación que recorrí se veía totalmente diferente.

Para llegar a Casa Loma, me bajé en St. Clair (amé el nombre) para caminar en la avenida con el mismo nombre y ahí dar vuelta en Spadina. Una eternidad, y supe que al final del día (ooootra vez) me dolerían los pies, pero de las mejores decisiones que he tomado.

A pesar de lo grande de Casa Loma, el recorrido terminó muy temprano. Al no contemplar nada para aquel día, me dio por caminar hasta la Torre CN, que podía verse desde la torre más alta. Bastaba con caminar alrededor de 5km sobre Spadina y luego callejear para conocer un poco más. 

Resultaba confusa la vibra que se percibe en varios puntos de la ciudad. La estación Dupont y el barrio llamado Annex me hicieron pensar que cada lugar tiene dos caras. A mi parecer, las casas sencillas eran bastante bonitas, pero también podía sentir que algo faltaba o que algo no andaba bien. No pude saberlo. Había poca gente en las calles y yo simplemente quería mirarlo todo. Caminé muy cerca del Real Ontario Museum (definitivamente no entraría en ese momento) y más tarde, pude desviarme por la Universidad de Toronto.

La Ciudad – Siddhartha feat. Zoé.

En momentos como ese, la soledad es apacible y más si se acompaña con música. La Ciudad me traía ciertos recuerdos de Vietnam, pero eso no fue impedimento para escucharla nuevamente porque vamos, estaba en La Ciudad. Pude sentir cada frase de aquella canción y no pude evitar llorar mientras caminaba hacia la Torre CN (a la cuál tampoco entraría a su imponente mirador). Probablemente me veía ridícula llorando yo sola en la calle, ¿pero qué importa cuando estás cumpliendo algo importante, cuando sientes que una ciudad te está devorando y no en un mal sentido? Miras hacia arriba o en cada esquina y es inevitable imaginarse la cantidad de historias que ocurren al mismo tiempo. Me encontraba en otro mundo, en una rutina bastante diferente a la mía, una turista inusual. Es absurdo pero inevitable no comparar, pensar en lo que se extraña de tu país o en lo que se necesita para mejorar.

Así que lloré. Me ardían los ojos por el frío, pero lloré. Estaba visitando los lugares que vi tantas veces en aquella película y después de los sacrificios que hice para poder estar ahí, me sentí con la libertad de hacer lo que se me diera la gana.

Y a mí se me daba la gana llorar.

Dropping Chantry Off – A.C. Newman

Tocó cambiar un poco la ruta. La línea 2 del metro era más corta y atravesaba de poniente a oriente. La estación Broadview lucía tan auténtica a su manera como las demás y el objetivo del día era visitar Rooster Coffee House. Uno de los lugares que aparecen en What If.

Independientemente de mi fanatismo, el soundtrack de la película me ha acompañado desde que lo escuché por primera vez. Y no sólo porque gracias a él descubrí a Patrick Watson, sino porque me da tranquilidad, es como un lugar seguro. Así que aproveché para escucharlo mientras me dirigía a la cafetería en la que Chantry habla con Ben (después de que este se instalara en Dublín) y ella ahogara sus penas en alcohol mientras Wallace la acompañaba y luego hablaban de lo peor que les ha pasado.

La cafetería está oculta a simple vista bajo una fachada negra de una casa (muy similar a las de Dupont, como todas las de esa calle), pero el interior era otro mundo. Cumplía con el estereotipo de una cafetería agradable y no me quedé con las ganas de llevarme un solo café, porque al igual que Wallace y Chantry, yo también quería tener un vaso blanco con tapa negra y caminar sobre Riverdale Park como si no tuviera otra cosa que hacer. Quiero decir, en la película parecía soleado y Chantry usaba flats. Ahora, estaba totalmente pintado de blanco, los niños se lanzaban con sus tablas por las colinas cubiertas por la nieve y yo apenas podía mantener un paso firma por culpa del frío, pero la sensación fue muy similar.

En el pre, tuve la idea de leer una carta que Eve de casi 31 años le escribió a Eve del pasado en Riverdale, pero fue totalmente imposible con el libro, Olvidé mencionar que eso lo hice el día de mi cumpleaños, sólo que en un escenario completamente diferente. 

Eso lo hice en una banca de Union Station, mientras de algún modo le di un abrazo a aquella Eve que tanto lo necesitaba… y que recibió de todo, menos abrazos.

Me Porto Bonito – Bad Bunny, Chencho Corleone

El día siguiente fue completamente para visitar (por fin) el Royal Onario Museum. El museo cumplió mis expectativas y de no ser por la enorme cantidad de gente (muchos niños gritaban todo el tiempo), diría que la pasé súper bien. Dejémoslo en que la pasé muy bien.

La fachada del ROM rompe por completo la burbuja de la arquitectura antigua en aquella zona de Toronto. Demasiados cristales, es como saltar de una época a otra. Para nada es queja.

Y por supuesto, es enorme. Debo admitir que mi galería favorita fue la de los dinosaurios y claro, ver el T-Rex, mi favorito. Fue entonces cuando en lugar de 31, tenía 12 años y estaba en el salón de clases escribiendo el que sería mi primer cuento. Se trataba de una niña que por alguna razón que no recuerdo lograba viajar en el tiempo, de modo que fue a dar a la época de dinosaurios, se tropieza con un salvaje T-Rex que adopta como su “amiga” y decide llamarla Rose. Pero entonces, se viene la destrucción, la niña regresa a su época y el final del cuento es la niña visitando un museo donde se encuentran los restos de un T-Rex que casualmente decidieron llamar Rose.

Qué bonito es encontrarte en una situación así.

El museo es tan grande que prácticamente abarcó todo el día. Al final, sólo me dio tiempo de ir a comer a St. Lawrence Market, ver el atardecer en Gooderham y ver con mayor nitidez la CN, sabiendo que al día siguiente, por fin subiría a ver un Toronto panorámico.

Giver – Patrick Watson

Me tocó un día (en teoría) menos frío, con sol y el cielo tan azul que no podía ser más perfecto para subir a la Torre. Programé mi entrada a las 6pm, así podría ver un atardecer, de modo que me fui a desayunar al lugar que más quería conocer de todo el itinerario: George Street Diner, un restaurante súper modesto pero muy acogedor, ese en el que Wallace y Chantry tuvieron su primera reunión juntos y donde se pelearon también. Amé cada segundo de mi estadía ahí: amé ver la fachada roja con letras blancas (que no han cambiado), amé la calidez de la gente, amé la comida, amé que no podía dejar de escuchar a Patrick Watson y también amé los servilleteros rojos que anuncian que, en efecto, ese lugar fue sede de una película con Daniel Radcliffe.

Qué bonito y qué triste es que tu restaurante favorito esté tan pero tan lejos de casa.

We Are Mirage – Eric Prydz, Empire of the Sun

El clima en la app del teléfono marcaban unos 5ºC, algo considerablemente cálido para tratarse de la última ráfaga de clima invernal. A decir verdad, fue una verdadera suerte alcanzar nieve, dado que estábamos a una semana de entrar en primavera y en cierto modo, parecía que las estaciones iban desfasadas.

Me tomé la libertad de tomar fotografías a diestra y siniestra, aprovechando que por fin ya no se veía una silueta gris, sino la torre en todo su esplendor.

Half Mast – Empire of the Sun

Subir al mirador se sintió exactamente como suena el intro de esta canción. Siempre he sido aficionada de las vistas panorámicas y mucho mejor si van combinadas con atardeceres épicos. De esas veces en las que el cielo se torna de colores y no puedes dejar de mirar.

Toronto estaba cubierto por una fina capa de rojizo, naranja, amarillo, azul y comenzaba a avecinarse la sensualidad de una noche en una ciudad aparatosa. Su suelo blanco amenazaba con desaparecer, no sin dejar estragos que aumentaban el atractivo.

Pensé que me encontraba en la cima del mundo y me gustó verlo así.

En teoría, lo estaba.

Kiss from a Rose – Seal

Un nuevo amanecer en Toronto y el cielo era de un rosa muy suave. Me sentí triste, nuevamente añorando algo que no pude tener. No puede evitarse cuando se tiene una herida reciente.

Tuve que madrugar para poder llegar a las 8:30 am a Union, a la estación de trenes que me llevaría a Niagara Falls. Estuve a punto de no comprar el billete de tren, pero mi familia me convenció de lo contrario. “Eve, si ya estás allá, aprovecha y ve a ver las cataratas. ¿Qué importa el dinero? Tú ve y disfruta mucho”. Y les hice caso.

Literalmente tuve que correr porque la distancia del alojamiento a Union era inmensa, de polo a polo. Alcancé el tren y el recorrido fue tan placentero que no cabía mi emoción. Creo que la última vez que me subí a un tren, tenía menos de 7 años y según recuerdo el viaje fue una pesadilla. Pero ahora, todo fue muy diferente. Los asientos eran cómodos, el personal del tren fue muy agradable (uno de ellos era un señor cubano, súper parlanchín y encantado al escuchar mi acento mexa) y con café y aperitivos como cortesía. El viaje tomó un poco más de una hora y consistió en rodear el Lago Ontario, haciendo paradas en puntos significativos como Burlington, creo que Hamilton y St. Catharines, la última antes de Niágara (del lado de Canadá, porque según escuché, el tren llegaba al lado de New York).

Fue un poco aterrador. La localidad aledaña a la estación de tren parecía un pueblo fantasma: edificios abandonados y me encontré con un sendero que llevaba a Clifton Hill, que resultó ser una calle de atractivo visual, algo muy parecido a un parque de diversiones personalizado. Tiendas de souvenirs, restaurantes, gente desquiciada comiendo helados o frappés (WTF) y al final, las cataratas. Qué interesante encontrarse de ese lado de la frontera, un panorama opuesto al que ya se conoce en México. No había nadie vigilando, se respiraba tranquilidad a grado de preguntarme qué tantas posibilidades habría de pasar al lado de USA sin que lo notaran o por lo menos poner un pie en suelo americano. Ni hablar.

La vista fue muy perfecta, el frío un poco menos (¿o quizá comenzaba a acostumbrarme?) y al final celebré con (otra) hamburguesa con papas y una Longer Canadian. Nada mal.

From Gold – Novo Amor

El último día en Toronto se resumió en el Ontario Science Centre, algo así como el Papalote Canadiense. No lo disfruté como pensé, a decir verdad. Los niños gritaban mucho y me engenté rápidamente (haciendo honores a la edad recién cumplida), así que mi estancia ahí no fue demasiado larga. Aún así, disfruté cada momento y me alegré de haber pisado por lo menos un poco.

Verde – J Balvin

Después de casi 10 días, es inevitable extrañar tu casa. Extrañaba mi cama, la comida, a mis amigos, mi familia, a mis perros. Es imposible desprenderse de México, es como una relación tóxica que al mismo tiempo te hace bien. Yo sólo pensaba en volver.

Mis anfitriones resultaron ser un encanto. Ahora, tomé el bus a Finch (con todo y maleta de más de 10kg) como despedida, pero no contaba con que había algunas estaciones del metro en reparación y tuvieron que sacarnos del metro para luego tomar un bus. ¡Una locura! Me dio bastante vergüenza ocupar mucho espacio con mi equipaje cuando quizá muchas personas irían al trabajo, ¡pero quería viajar en metro por última vez!

Igual pude llegar a Union y de ahí, tomar el tren que en menos de 30 minutos me llevaría al aeropuerto. Increíble.

Y así me despedí de Canadá. De un sueño, del mejor cumpleaños que he tenido en mi vida. Me despedí de aquello que necesitaba en mi vida, la prueba que sí hacen falta cosas maravillosas que más tarde, se conviertan en recuerdos.

Yo llevaba muchos recuerdos.

En forma de llavero.

En forma de café.

En forma de boletos.

En forma de monedas que no fueron usadas.

En forma de tatuaje.

En fotos, videos, canciones.

Y en forma de la promesa de volver, aún sin saber cuándo y cómo, pero teniendo la certeza que tarde o temprano, se volvería una realidad otra vez.

Y que quizá, para la próxima ya no habría un regreso.

El mapa
La playlist de La Ciudad.

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